martes, 12 de febrero de 2008

Tarde para todo lo demás


Cada vez que miraba el reloj, éste me decía que era demasiado pronto para beber y demasiado tarde para todo lo demás. Aguardaba impaciente la hora de abrir una botella de un merlot magnífico que tenía esperando, provocándome con el erotismo de su contenido y su forma sinuosa y esbelta. Sonó el teléfono, hasta que calló; No quería hablar con nadie, no necesitaba ahogar mis penas con nada más que con aquel dulcísimo merlot.


El piso estaba pegajoso. Había restos de humo, de alcohol y sexo por todos los muebles. Cuando bebía una parte de mi moría dejando a otra su lugar. Al resucitar aquella parte de mi, unos ojos nuevos al mundo, tenía que contemplar el caos en estado puro. Botellas rotas, restos de todo tipo de comida y bebida e incluso algún que otro rastro de sangre. Siempre he celebrado buenas fiestas ... creo. Mi nueva cabeza, ausente de memoria pero con una extraña moralidad innata, me reprendía acciones que ni tan siquiera conocía aunque lo probable es que si la parte de mi que hubiese estado de fiesta no estuviese durmiendo la mona, lo admitiría con la cabeza baja y se pegaría un tiro en algún rincón oscuro de su morada. Hay tantas partes de mi que deberían suicidarse.


Era una buena hora, ya sentía como mi "yo" poco a poco se iba quedando dormido y aquel otro yo me susurraba al oído - Cuando éste se quede frito tu y yo nos vamos de juerga-. La botella de vino me miraba y me aplastaba la voluntad como si ésta fuese un piojo. Estaba enfrente de mi, rígida, alta, elegante e imponente. Me levanté para poner aquel disco que tanto me gusta, el Kind of Blues de Miles Davies; El bajo empezó a acompañar mis pasos hacia el sacacorchos mientras mi lujuria celebraba que finalmente la botella iba a ser mía. Descorcharla fué todo un orgasmo. Aquel precioso sonido que te indica que ya está lista para beberse, con aquel precioso sonido sabes que vas a probar el paraiso. Miles le daba caña a la trompeta y mi felicidad iba en aumento, mis músculos estaban tensos a la espera de acabar de servir el vino en la copa, de alzarla y que el preciado elixir de la felicidad y el olvido resbalase por mi garganta. Yo era un hombre que iba a morir envenenado y aquel merlot era el antídoto que me salvaría la vida. Era mi fantasía erótica con el vino.


La noche acabó a la hora que mi reloj me decía que era pronto para beber y tarde para todo lo demás.

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