jueves, 31 de enero de 2008

La primera cita


-Suspiro- No puedo dejar de mirarla, parece una bailarina, de esas que dan vueltas al abrir la caja de música. Es tan blanca, la sangre todavía no ha dejado de circular totalmente; Tardará media hora en empezar a ponerse entre azul y morada. Sus ojos se han convertido en un espejo precioso y cristalino. Ya no expresan miedo como antes. Menudo susto cuando me ha visto. Me gusta ese momento en que pueden reaccionar, como si fuese una última oportunidad, para defenderse y escapar. Ninguna lo consigue, me estoy haciendo demasiado bueno en esto. Me pregunto si sería mejor darles alguna pista de lo que les va a pasar, quizás encuentre a una valiente que sepa reaccionar; Lo dudo. Con los hombres pasa igual, no hay sexo débil, son ellos y yo. Ellos son los débiles y yo soy el fuerte.



Mírala, ahora mismo parece una muñeca dejada caer al suelo. La niña se ha cansado de jugar con ella, la tira como si nada y va hacia la cocina para que mamá le prepare algo de merendar. No me gusta la ropa que lleva, la hace una muñeca fea. Me pasa muy a menudo, siempre he de traer algo de ropa bonita; Un vestido rojo, unos tacones no demasiado exagerados, prendas femeninas y no esas porquerías que no visten ni a los monos del zoo. A veces creo que mato camioneros.



-Suspiro- Cómo huelen sus muñecas. Están frías, rígidas y blancas. Las venas empiezan a recorrer el sendero azulado. Me encanta ver eso. Es como un tatuaje que deja la muerte a su paso. Como yo, que siempre les dejo una bonita gargantilla morada, que al enfriarse el cuerpo le nacen raices azuladas hacia la cabeza y el pecho. Se extiende; Dejo huella en ellas y se extiende. Mis actos son como un virus



¡Ahora! El momento perfecto, está blanca, han salido las raíces y las venas se hunden en mar oscuro. ¿Dónde he puesto el pintalabios? ¡Mierda, se me acaba el tiempo, rápido, rápido! Así, perfecto, no te molestes en sonreír preciosa, estás más guapa cunado te enfadas. Bueno cariño, es tarde, debería irme a casa. ¿Cómo? No, será mejor que no me quede, se cómo acaban éstas cosas y es pronto para eso; Además, yo nunca beso en la primera cita.






martes, 29 de enero de 2008

Niebla y Ceniza


El humo de cigarrillos baratos inundaba la habitación. Aquel cuartucho apestaba a años de encierro y soledad, un hedor similar al de los ancianos sucios. Montañas de libros y papeles, objetos inútiles y piezas de ropa sueltas formaban un laberinto de ideas y recuerdos y un solo zapato parecía llorar la pérdida de su pareja de lo abandonado que estaba. Zumbidos de aparatos electrónicos formaban un enjambre aterrador, uno podía imaginarse un solo enchufe lleno de ladrones y cables pelados chispeantes, a punto de reventar. La niebla del humo que parecía espesarse con la humedad de tantas lágrimas vertidas y viejas y vacías botellas vino y whisky hacía tan densa la atmósfera de aquella habitación que uno apenas podía moverse con la ligereza habitual. Aquel cuarto era ahora las ruinas de la imaginación y creación literaria humana. La única silla, demasiado moderna para la, digamos intencionadamente clásica, decoración bailaba en el único rincón ausente de trastos.

Al observar la escena cualquiera podría darse cuenta que aquello no era el cuarto de un artista sino el infierno de un alma atormentada, la cárcel de unos sentimientos humanos que merecían ser liberados y la hoguera de un corazón maldito. El suelo era ceniza pura de tanto tabaco acumulado y uno esperaría encontrar a aquel hombre petrificado/calcinado como uno más de los habitantes de Pompeya. Sin embargo el hombre, pseudo hombre después de tan trágica vida consagrada a la autodestrucción, se encontraba sentado en el suelo, con la espalda recostada sobre una torre de libros y papeles que parecía intentar con todas sus fuerzas sostener la caída del cuerpo sin vida del que una vez fue hombre. Estaba frío, pesado, parecía la víctima de una avalancha de desdichas; La barba de su cara, reseca como la hierba muerta y la piel parecía descolgarse; Los ojos abiertos denotaban que había sufrido en su muerte probablemente tanto como en vida y miraban asustados al cielo temiendo que nunca hubiese existido un dios; Su mano derecha sujetaba una sucia botella de vino sin etiqueta, había muerto queriendo olvidar lo que aún recordaba y, por lo que quedaba de vino, podemos decir que ni todo el alcohol del mundo fue suficiente. ¿Murió amando u odiando? Por su triste sonrisa diría que igual que vivió, amando.

Miles de folios alborotados cubrían el escritorio y un solo nombre en todos ellos; Escrito a mano, a máquina, con distintas caligrafías, tipografías y hasta cambiando de mano. El nombre divino, el nombre del amor, el nombre de aquellos ojos de mirada intensa que arrastra el alma hasta el infinito más oscuro del deseo y la desesperación, el nombre que acompañaba al humo que salía de su boca con cada calada de cigarrillo, un nombre de dolor. Por aquel nombre sangraron las yemas de sus dedos de tanto escribir, las uñas de tanto arrancarse el sentimiento de culpa que impregnaba su cuerpo y sus encías de tanta rabia que no podía sofocar. Por aquel nombre vivió amando sin dejar que nadie le amase a él. Y ahora todo es niebla y ceniza.

Nadie hizo preguntas, todo se empaquetó, etiquetó, clasificó y perdió en el olvido del almacén de los objetos de los que nunca existieron. El hombre fue examinado, lavado, etiquetado, clasificado, empaquetado y convertido en niebla y ceniza. Su historia, recuerdos e ideas volaron junto a las cenizas que aquellos que no lo conocían o recordaban esparcieron en el mar como era su deseo. El nombre del amor puro y verdadero se perdió para siempre salvo por aquel folio de caligrafía preciosa y fascinante que descansa en el bolsillo interior de mi americana, cerca del corazón. Temo volverme loco, pues siento su fuerza, siento cómo el nombre empuja mi pecho para acelerarme el corazón y cómo éste se forja a hierro candente en mis pensamientos. Siento la "A" que se clava en mi pulmón dejándome sin aliento, la "I" me atraviesa el estómago y dobla mi cuerpo, la "N" me venda los ojos sumiéndome en oscuro cautiverio, la "H" se cuela en mi garganta para ahogar mis gritos de socorro, la "O" como una corona de espinos corta la sangre a mi cerebro mientras que la última "A" me mira con ojos infinitos diciéndome -Tú también eres preso-. Tras ese nombre sólo hay niebla y ceniza.

miércoles, 23 de enero de 2008

Sin dientes


Las cartas de Wilbur Hunting lo confirmaban, era un suicidio en toda regla. Un agente las había encontrado en su apartamento debajo de la cama. Cerradas y con sello pero no habían sido enviadas; Todas con la misma dirección. Wilbur Hunting dejaba en todas ellas sus claras intenciones de quitarse la vida, de no soportar más tanto dolor y tantas ansias de amor. Todo le parecía perdido, todo le parecía un infierno sin su amor.

El detective Hyves conocía bien a Wilbur y ahora sobre su mesa tenía un montón de cartas de éste, las fotos del cadáver y de la escena y un expediente por redactar que no podía ni mirar sin que le saltasen las lágrimas. -¿Por qué lo has hecho amigo, por qué no me dijiste nada?- se torturaba Hyves, golpeando con todas sus fuerzas sobre la mesa. Se sentía impotente, desconcertado pero, ante todo se sentía estúpido; ¿Quién era ese amor, por qué no sabía nada de esa relación de Wilbur?

Las cartas no mencionaban ningún nombre en concreto, sólo motes cariñosos y nombres inventados por la más pura imaginación amorosa y pastelera. Pero tenía una dirección, el 16 de Goose Street, una calle entre siniestra y bohemia; La calle Goose era un nido de bichos raros con tiendas especializadas en bichos raros, digamos que no es el barrio ideal para criar a tus hijos y mucho menos para encontrar una persona con quien tenerlos, aunque por lo visto Wilbur encontró la aguja del pajar según sus cartas. Hyves se presento en el edificio, tres plantas, dos pisos por planta, una comunidad pequeña donde seguramente alguien habría visto o oído algo. No tuvo que cansar su cuerpo, castigado la noche anterior por el dolor y el alcohol, ya que era en la planta baja donde se dirigía; No hubo respuesta, ni tampoco en el piso de enfrente, ni en ninguna otra planta.-Me encanta este barrio, todo son sonrisas y buena gente dispuesta a colaborar-. Hasta los cojones, Hyves decidió "asesinar" a esa puta puerta que no quería abrirse, gritando como un loco recordando las fotos de su amigo muerto. La puerta "murió" y cedió el paso a una vivienda vacía.-¡Me cago en la puta, joder!- No parecía haber nadie, no parecía que hubiese habiado alguien en la puta vida. Hyves recorrió aquel piso fantasma, lleno de polvo, periódicos amarillentos y de suelo pegajoso; ¿Que pretendía encontrar allí, una mujer con un vestido blando flotando a lo fantasma? -Joder- esto le superaba, estaba demasiado implicado y no podía pensar. Al final del pasillo parecía estar el dormitorio y cuánto más se acercaba un pequeño suspiro parecía colarse por debajo de la puerta. -Me cago en la ostia, joder, esto parece una puta historia de fantasmas a pleno día-. Hyves giró el pomo lentamente hasta abrir lo suficiente para colar un ojo. Había una mujer vestida de novia hablando con alguien que aún no llegaba a ver y decidió dejarse de chorradas y entrar de una jodida vez. -¡Policía, todos quietos!- La puta novia se hechó sobre él como una auténtica puta loca salida del infierno.-¡No, no te la llevarás!-gritaba ella intentando desarmar al policía. Hyves intentando sacársela de encima la empujó contra en espejo y la novia quedó ko. No había nadie más en la habitación.-Una puta chiflada que habla sola. joder-. Se acercó al cuerpo inmóvil para ver quién era. Cuando volteó el cuerpo -¡joder, Wilbur!-. No podía ser, él mismo había visto el cuerpo de Wilbur, estaba muerto, ¡Muerto! ¿Qué coño era esto, eh, que coño pasaba aquí? Hyves se llevó las manos a la cabeza y un sudor más frió que los cojones de un esquimal nudista le caía por la frente. La novia loca, o bueno, Wilbur, o lo que coño fuese se levantó a toda prisa y se lanzó contra Hyves tirándolo al suelo. Wilbur parecía un puto demonio travesti baboso y sangrante; Miraba a Hyves sonriendo mientras le pisaba el pecho para que éste no pudiese levantarse. Wilbur demonio/travesti empezó a reír como un auténtico chalado y las pintas ayudaban a crear una atmósfera de auténtico terror; Se metió una mano en la boca y empezó e estirar algo de ella.-¡Joder, se está arrancado los dientes!-. Y empezó a lanzarlos contra el policía llenándolo de sangre y asco. Hyves empezó a vomitar mientras que Wilbur parecía encontrar más graciosa que nunca la puta escena. ¿Una mamada polizonte? No te haré daño sin dientes-. Wilbur le pego una patada fulminante en el pecho y empezó a buscarle la polla al policía hasta sacársela y empezar a mordisquearla con las encías sangrantes. Hyves logró reponerse de la ostia y le pegó un patadón en toda la cara, -¡Maldito hijo de puta, cabrón, sonao de los cojones!-. Wilbur cayó al suelo y Hyves lo agarró del cuello y empezó a golpearlo contra el suelo. Para cuando Hyves se cansó de ostiar a Wilbur demonio/travesti éste ya estaba muerto. Su sangre recorría todo el puto y suelo y el cuerpo de Hyves como si éste se hubiese zambullido en la piscina del puto Conde Drácula. Hyves respiraba entrecortado, le dolía todo el cuerpo y el alma parecía haberle abandonado. Salió escopeteado por la ventana escapando de los ataques y felaciones de un muerto.

Hyves esperaba a la policía en su casa, hacía dos semanas que no aparecía por la comisaría y ni radio, tele o periódicos decían nada del suceso; Se comía las uñas hasta llegar a los nudillos, tenía su arma preparada y hacía tres días que no dormía ni un par de horas. Se retorcía en el sillón, tosía y vomitaba, se orinaba encima de miedo y se golpeaba la cabeza contra todos los muebles. En la tele apareció un presentador anunciando una noticia de última hora, habían encontrado el cuerpo del detective Hyves en su casa, se había suicidado y los vecinos alertados por el olor habían avisado a la policía. Al parecer Hyves se había suicidado, había dejado un montón de cartas escritas donde decía que no podía seguir viviendo. -¡Estoy vivo, joder, estoy vivo!- Gritaba Hyves mientras sacudía la tele intentando marear al presentador del telediario. Hyves salió disparado hacia la ventana para chillarle a la puta ciudad que estaba vivo pero en cuanto sacó la cabeza vio que no había nada, todo era oscuridad, alrededor de su piso no había absolutamente nada. Nervioso se giró hacia el salón para ver qué más decía la tele y se encontró frente a Wilbur, que con cara de puto demonio se levantaba lentamente el vestido de novia y le decía - Ven a follarme pedazo de puta humana-.

miércoles, 16 de enero de 2008

Las cartas de los muertos


Era Mayo cuando llegó la carta. La lluvia sacudía los árboles desde hacía ya dos meses enteros. La primavera estaba siendo más dura que el propio invierno y todos parecían haber caído en un estado de pasividad y dormilera perpétua. La llegada de tan malas noticias les despertó, además de la conciencia, todas las reservas de lágrimas de sus ojos.

El tío Barry no escribía muchas cartas gracias a Dios, pues era, además de pariente, el abogado familiar y eso le convertía en la persona encargada de transmitir las defunciones a toda la familia, de Maine a California. No era un tipo alegre y, claro está, después de asumir la responsabilidad de transmitir las malas noticias, a los ojos de los más pequeños, la figura del tío Barry era la de la muerte en persona; La prima Marie una vez, al saber que el tío Barry se encontraba de visita, tuvo un ataque de pánico y se negaba a entrar y aún menos a mirarle a los ojos por creer que le petrificaría el alma. El tío Barry era consciente de éstas actitudes hacia su persona y se lamentaba mucho por ello pero los adultos de la familia eran comprensivos y apreciaban mucho aquella penosa tarea que había asumido.

El tío Barry nos notificaba la muerte de su esposa, la pobre tía Hazel, un sol de mujer que enfermó de pequeña y aún así el tío Barry quiso darle una vida feliz junto a él. El tío Barry seguía el mismo estilo que en todas sus cartas de defunción; Palabras solemnes y respetuosas, cuidadas frases que exponían los hechos con frialdad y distancia y a la vez con tacto y mucho respeto. Pobre tío Barry, había escrito tantas notificaciones de fallecimientos que fue incapaz de cambiar el estilo por su propia esposa, tan arraigado estaba su rol en él.

Nuestra casa era casi una ruina después de tantas lluvias pero nos vimos en la obligación moral de acoger al tío Barry en casa. Recuerdo la mirada asustada de mis hermanos y hermanas menores, la idea de tener al mensajero de la muerte en casa les provocaba un pavor descomunal, Joey, el menor de todos, incluso se orinó al escuchar de mi padre que tío Barry venía a pasar una temporada.

A principios de Junio, a primera hora de la mañana, desayunando huevos revueltos con salchichas y maíz, escuchamos el sonido de un motor que se acercaba a la casa. Padre y Madre nos mandaron arriba a vestirnos con nuestras mejores galas (unos harapos limpios) para recibir al tío Barry y todos nosotros subimos como alma que persigue el demonio, conscientes de la necesidad de dar una buena impresión y de hacer sentir lo mejor posible al pobre y viudo tío Barry. En la habitación Joey medio sollozaba mientras se apuraba a cambiarse de ropa. Me acerqué para explicarle el rol del tío Barry en la familia y apartar aquellas fantasías tan injustas de la cabeza de mi hermano. Yo estaba nervioso también, la presencia del tío Barry me inquietaba, pues la verdad, no sabía nada de él mas que era abogado y comunicaba muertes, y eso para un niño de trece años era demasiada poca información sobre alguien. Bajamos corriendo, peinándonos por el camino y acabando de meternos las camisas por dentro del pantalón. Mis hermanas ya estaban abajo, inquietas, vestidas de domingo como cuando vamos a la iglesia; Parecían muñequitas de porcelana, incluso se habían pellizcado las mejillas para aparentar ser mayores como para poder maquillarse.

De pie en el porche de nuestra casucha veíamos una nube de polvo acercarse acompañada de un ruido de motor destartalado. Recuerdo los nervios en mis pies, bailando un blues movido. Mi hermano tenía los ojos abiertos como platos, como un vigía alerta que a la menor señal de peligro saldrá corriendo dejándonos a los demás a nuestra suerte. Mis padres y hermanas intentaban mantener una postura digna y recta, como si quisieran dar la impresión de una familia pobre pero decente; Mi familia era pobre pero de todo menos decente, aunque eso es otra historia. El ruido del motor era cada vez mayor; Sudábamos como pollos bajo un sol abrasador (¡después de dos meses de lluvia!) y el polvo se nos pegaba al sudor, fijando así una estampa de lo que verdaderamente era nuestra familia, basura blanca del medio oeste americano. La nube de polvo y el ruido del motor pronto llegaron frente a nosotros y tal como llegaron se fueron, sólo era un auto viejo de paso. Nos miramos todos con la misma expresión de "¿eh?" palurda y analfabeta. ¿Tantas prisas para ésto? ¿Qué hacía aquel auto por ahí si nadie había utilizado esa carretera desde hacía años? Salvo Joey, que respiraba tranquilo con satisfacción ya que la muerte no se instalaba en casa, todos nos llevamos una gran decepción; Nos habíamos arreglado, habíamos preparado una habitación para el tío Barry, mis hermanas se habían engalanado y Mamá había matado tres gallinas para preparar su famoso (en casa) pollo sureño con calabaza. Entramos en la casa y no dijimos nada de lo ocurrido durante dos días.

Tres semanas más tarde, un señor llamado Augustus Melhonbradt nos envió una carta. Nosotros ya habíamos perdido todo el interés por las cartas, así que los niños nos quedamos jugando fuera y dejamos su lectura a Papá y a Mamá. Al entrar en busca de un poco de limonada los vimos sentados en la mesa del comedor. Mamá tenía las manos sobre el rostro y Papá intentaba calmarla apoyándole mano en el hombro. Tío Barry nunca llegó a visitarnos porque el mismo día que debía partir hacia de medio oeste decidió en el último instante quitarse la vida de un disparo. El nuevo abogado, así designado según las últimas voluntades del tío Barry, el señor Augustus Melhonbradt, era el conductor de aquel auto viejo que pasó por delante de casa, venía a darnos las malas noticias en persona ya que vivía sólo a 30 kilómetros de allí. Pero al ver a una siniestra familia de haraposos puso la directa y se marchó lo más rápido posible del lugar.

Todos sentimos la muerte de tío Barry, especialmente los mayores como para entender su pesada y dura tarea, todos salvo Joey, que hasta pasados tres años, aún se vanagloriaba de pertenecer a una familia que había esquivado la muerte.

lunes, 14 de enero de 2008

Alfred Winebump


En 1879, Hallifax, Inglaterra, se vivió una gran historia de amor. Alfred Winebump y Josephine Hammersmith eran dos jóvenes amantes ingenuos y alocados; Corrían de noche por las praderas y rodaban por las laderas; Intentaban pescar el reflejo de la Luna en el estanque para dársela el uno al otro; Silbaban melodías que sólo ellos dos conocían; Se escondían mensajes en los pequeños huecos de los muros de piedra; En invierno iban a buscar cerezas y en verano le cantaban a los sauces por si éstos echaban de menos al viento.


Las gentes de Hallifax, en un principio, no veían con buenos ojos la actitud de los dos enamorados, tanta naturalidad les desconcertaba y les provocaba cierta envidia pero con el tiempo empezaron a cogerles cariño pues eran puros e inocentes, rejuvenecían con su paso a los ancianos y rebrotaban lágrimas de alegría a las viudas, que con un recuerdo que les helaba placenteramente la espina dorsal, se emocionaban al recordar a sus maridos. El pueblo entero parecía avanzar hacia el amor y la tolerancia gracias a éstos dos locos y tontos enamorados.


Cuando las familias Winebump y Hammersmith decidieron que debían arreglar de una forma cristiana el amor entre los dos locos y tontos enamorados la tensión y el miedo pronto ganaron terreno en la mente de Alfred y Josephine. Debían comportarse, actuar sensatamente, empezar a planificar el futuro y sentar cabeza; Se les prohibió salir por las noches, Alfred tuvo que aprender un oficio respetable y tomaba lecciones de Derecho, Economía y Filosofía, mientras que Josephine tuvo que aprender labores del hogar y protocolo. Fueron los demás quienes mataron el amor entre Alfred Winebump y Josephine Hammersmith.


Alfred no parecía asimilar bien sus lecciones, apartado de Josephin; Aunque queriendo cumplir con la obligación de formarse para mantenerla digna y cristianamente, siempre mostró rebeldía, un impulso de ir a buscar a su amada para ir a correr por las praderas, buscar cerezas y cantarle a los sauces. Josephine pronto perdió el interés en Alfred, que parecía demasiado frágil como para ser un hombre de provecho y la familia Hammersmith no tardó demasiado en encontrarle otro pretendiente.


Alfred no volvió a sonreír, ni a correr, ni a cantar, ni tan sólo a soñar; Acabó por convertirse en un hombre de provecho pero sólo encontraba desdicha e infelicidad. Las noches de mayor Luna se escapaba en la noche al estanque en busca aunque sólo fuera, de la sombra de Josephine. Nunca la encontraba.


Mil cartas escribió Alfred a Josephine y mil cartas fueron quemadas en la chimenea de ella. Alfred terminó volviéndose loco, delgado, pálido e hizo el solemne juramento de no cortarse las barbas hasta haber recuperado la felicidad, a su Josephine.


En 1904 Alfred Winebump vivía aislado en una cabaña que él mismo había construido cerca del estanque, cerca de los sauces. Tenía 42 años, era pobre, la gente se apartaba de él y los niños le llamaban "abuelo muerte" mientras le tiraban piedras al pasar. Era un viejo malhumorado a pesar de su no tan avanzada edad, nunca sonreía y sus ojos parecían exentos de vida. Un médico que le examinó una vez dijo que su corazón parecía latir contra su voluntad; Y todas las noches buscaba la sombra de Josephine en el estanque.


Un 14 de Abril un pequeño séquito de personas se plantó en su puerta. Desganado y pasivo les abrió por contarse entre ellos el alcalde del pueblo. Todos sonreían e intentaban darle la mano felicitándole efusivamente; Había registrado el record Guiness por poseer la barba más larga del Imperio Británico, superando incluso al célebre Mahatma Rajnajunaipur, que hasta entonces ostentaba el record. Tanta gente felicitándole, abrazándole, mostrándole cariño le secuestraron una pequeña sonrisa y unas lágrimas de emoción. Todos estaban sorprendidos, nunca imaginaron que Alfred Winebump, abuelo muerte, tuviese una sonrisa tan frágil, conmovedora y amable. Pero Alfred de pronto, con un arrebato de furia, empezó a gritar y a llorar descontroladamente, quebrando mares y cielos, fundiendo nubes y helando el mismo infierno. Las autoridades abandonaron la casa de Alfred aterrados ante la violenta actitud del anciano.


Era de noche cuando Alfred dejó una nota que rezaba-"Perdón mi amor por ésta traición"- sobre un triste y destartalado escritorio. Era de noche cuando Alfred cantó por última vez a los sauces. Era de noche cuando Alfred dejó de ir en busca de la sombra de Josephine al estanque. Era de noche cuando Alfred se ahorcó en la única habitación de la cabaña que él mismo construyó.

domingo, 13 de enero de 2008

El dormir de Edwin


Edwin despertó, otra mañana más, otro despertar, otra vez toca vivir. Que fácil sería irse a dormir y no despertar jamás, pero Dios es cruel y nunca se lo llevaba. Otro día más que hay que vivir. Otro día más sin poder morir.

Por suerte, nadie parecía hacer demasiado caso a Edwin, pasaba desapercibido la mayor parte del día; Alguna conversación vana con sus compañeros de trabajo, el típico interés de sus padres por saber cómo le había ido el día o las conversaciones forzadas que exige un mundo socializado. Interacciones casi inevitables pero no demasiado molestas que interrumpían aquellas conversaciones que mantenía consigo mismo con el corazón demasiado cargado de amor, con el corazón demasiado cargado de odio. Sólo quería morir, destruir, matar por sus ansias de amar, sonreír y ser feliz; Pero debía aparentar normalidad, él sabía que cualquier actitud que se saliese de la línea sólo le iba a proporcionar más conversaciones que él quería evitar, preguntas sobre su estado de ánimo, ofrecimientos de ayuda profesional, reproches de sus compañeros de trabajo y familia, etc. Edwin debía aparentar, incluso de vez en cuando sonreír (aunque todo el mundo pensaba que su sonrisa era siniestra y trágica), incluso sonreír, que contradicción pensaba para sus adentros, eso es precisamente lo que él quería hacer, sonreír, pero con un motivo no por complacer a un mundo odioso y falso que él detestaba.

Una vez en casa, Edwin lloraba, escribía, miraba películas, lloraba y escribía. Imaginaba cuál sería el mejor método para dejar éste mundo, para dejar de sufrir de una vez por todas; Había ideado mil maneras diferentes, incluso la simulación de un accidente, no quería hacer sufrir a los demás por su marcha, ni que el mundo se plantease cuáles eran sus motivos. Una vez todo estaba preparado y las condiciones inmejorables se acobardaba; Sus manos flaqueaban, sus piernas temblaban y su mente le insultaba. Edwin lloraba, escribía, miraba películas, lloraba, escribía y bebía.

Dormir suponía la gran esperanza de Edwin. Deseaba con toda su alma irse en sueños, sin ruido, sin sangre, sin lloros y sin arrepentimientos. Edwin despertaba todas las mañanas esperando la noche en que moriría dormido.

sábado, 12 de enero de 2008

Amanecer


He visto amanecer. Sentado en la cornisa de la ventana, sintiendo el fresco viento de una mañana de invierno, la ciudad despertaba atropellada por el sueño y la resaca. Balanceaba los pies, retrocediendo varios años en mi memoria hasta llegar a un recuerdo infantil feliz. El Sol me acariciaba la cara con su luz templada; He logrado olvidar por unos segundos a mis fantasmas, mi enfermedad y mis pocas ganas de vivir. No he tenido valor para saltar, nunca lo he tenido, pero ésta vez, no quería saltar. Pienso en éste amanecer y me inunda una sensación de calor.

Sigo solo, sigo sin demasiadas ganas de vivir y sigo sintiendo a necesidad de castigarme hasta la muerte el cuerpo, pero no quiero saltar. Ningún fantasma me convencerá de ello, no saltaré. Tampoco me dejaré consumir por la desgracia, ni tampoco lucharé por "superar" los acontecimientos que me han llevado hasta ésta situación. El frío aliento del cuchillo recorrerá mi piel, como una danza sensual que extasiará mi cuerpo hasta necesitar que el cuchillo me corte; Sangrar, retorcerme, evadirme, hacer el amor con el cuchillo hasta matarme de placer; Llorar, sumirme en un sueño tranquilo y dejar de ser por siempre infeliz; Recrearme en el olor de mi cuerpo, mi sudor y mi sangre y alcanzar el mayor sosiego con la paulatina parada del corazón. Cerraré los ojos y sonreiré.

jueves, 10 de enero de 2008

Las Pistolas de Lotte


Ésta tarde he encontrado las pistolas de Wether en el cajón. Aún huelen a pólvora y me deleito con su olor, fuerte, caliente, raspa en la nariz y aún así aquel frío que desmaya me recorre la espalda sumiéndome en un orgasmo de emoción. Ansío tanto que me las entregues, al igual que Lotte se las entregó a Werther. Puedo imaginar la escena, puedo ver como un pequeño temor inunda tus ojos, con aquella sensación de que algo malo va a pasar, caminando lentamente hacia mi intentando sonreír, dudando hasta el momento de entregármelas y ofreciéndomelas con una lágrima dentro del alma. Sabes que voy a morir y aún así no puedes reaccionar. Tú no me quieres.

A diferencia de la novela, yo esperaré a usarlas. Me alejaré hasta el confín del mundo pues no quiero que nadie sepa de mi muerte; No quiero lágrimas vanas. Mi cuerpo está en paz y mi alma atormentada pronto descansará en el infinito amor del Universo. Adiós al amor, adiós al hombre que soy con las pistolas que tú misma me entregarás con la sensación de que algo malo va a pasar.

No quiero imaginar qué pasará contigo pues se que serás feliz sin mi; Sólo pensar en tu desdén e indiferencia hace que quiera adelantar los acontecimientos y arrancarme el corazón del pecho, gritar hasta matar a toda la humanidad de sufrimiento y angustia.

Es tarde, necesito descansar. Pronto vendrás con las pistolas, con una lágrima en el alma, con aquella sensación de que algo malo va a pasar y, aún así, me las entregarás.

martes, 8 de enero de 2008

El dolor de los Piscis


Sentarme junto a una roca, si es posible cerca del mar, y morir; Morir tranquilo y en paz. Ya nada me queda por hacer. Mirar las estrellas, sonreír y saludar a las personas que viven en la Luna, llorar un poco e irme con la suave brisa. El final perfecto.

Subir por la luz de la Luna hasta el Universo en forma de brillantes motas de polvo que espero algún día sean estrellas aún no merecerlo. Sonreirle al Mundo a ver si desde allí puedo darle una, aunque leve, sensación de calor, cariño y comprensión. Quizás siendo una estrella pueda dar amor y ser perdonado.

Dejaré éste corazón inútil que nada ha sabido dar, mis manos inquietas que no dieron calor, mi piel enferma de tanta maldad, mi boca orgullosa, mis ojos transformistas que me dejaron ciego y una mente que de tan vanidosa creía no necesitar cuerpo alguno, aquí. El temporal los arrastrará y golpeará contra las rocas destruyendo todos sus pecados y librando mi alma de tantos verdugos. Feliz, pequeña luz en la noche, con un sólo sentimiento, te quiero y mientras brille te querré. Tampoco así te haré feliz pero tampoco te atormentaré. Tus lágrimas serán vengadas junto al mar y tu dolor suavizado, espero, en forma de minúscula luz.

Centellearé en tus mejillas y brillaré en tu boca, me reflejaré en tus ojos que es lo que he hecho siempre.

miércoles, 2 de enero de 2008

John Templetoe


Que limpias estaban las ventanas, que luz más clara pasaba por ellas. Él jugaba a inclinarse, cerrar un ojo, todo para observar la luz desde distintos ángulos para poder captar aquel momento justo en que, como en un prisma, la luz se fragmentaba en mil colores. Era como encontrar arco iris secretos que sólo él conocía. Algunas veces, cuando la luz era muy fuerte, intentaba captar su entrada sobre el cubo de agua para que ésta, con la ayuda de la espuma y el jabón, formase miles de burbujas de colores; Eran sus perlas de fantasía, el caviar de los sueños, miles de pequeños deseos esferificados.

Quizás él era ya muy mayor para estos juegos, sesenta años pesaban en su cuerpo, pero no en su corazón y jugar con la luz le mantenía vivo y jovial. Limpiaba ventanas desde los 11 años y nunca pensó que fuese un mal trabajo. Limpiar ventanas le gustaba; La satisfacción de verlas imponentes, brillantes, con aquella fuerza que la luz otorga, sus ventanas eran como puertas a otro mundo. Recordaba un día en que se hizo una peluca con la espuma del cubo y ésta brillaba con todos los colores como la de un payaso del circo. Una sonrisa se estiró por toda su cara arrugándole un poco más la cara. Ese recuerdo hizo que sus manos temblasen de nervios por la risa tonta que le provocaba.

Él cantaba todo el día, siempre la misma canción, una canción de amor de verano que él mismo compuso cuando, por una de sus ventanas vio como una muchacha salía de un portal con una cesta de manzanas rojas y verdes. La canción se llamaba "la niña de las manzanas", no era muy original pero él creía que el título era muy explicativo, no como aquellos poemas que leían en los cafés, unas frases a las que él no encontraba nunca el mismo sentido que los demás. Con su canción la luz era más brillante, era como un canto a la felicidad, al estar de verdad contento, jugando con sus ventanas, limpiándolas para que fuesen radiantes, recordando juegos de niño e imaginando que aquella muchacha de las manzanas rojas y verdes ahora era una señora mayor como él, y si todavía llevaría manzanas allá donde antes las llevaba. Que cantidad de fantasías pasaban por su cabeza de viejo.

Cerraba los ojos cuando había terminado y se apartaba un poco de las ventanas, como si éstas, tan limpias, fuesen una sorpresa para él, como en aquel cuento del zapatero y los hombrecillos que le ayudaron. Y reía, era tan feliz al ver sus ventanas brillar como el Sol.

Cuando llegó la época de la crisis económica, tuvo que hacer horas extras y limpiar ventanas incluso de noche, y así es como tuvo la oportunidad de ver la Luna y las estrellas pegarse a sus ventanas como minúsculas partículas mágicas. No podía sentir mayor impresión, que maravillosas se presentaban la Luna y las estrellas en las noches claras. Se quedaba plantado mirando al cielo estrellado y saludaba con la mano porque le habían contado que el hombre había llegado a la Luna y , claro está ¿Para qué iban a llegar a la Luna y no establecerse allí? Así que él saludaba a sus distantes vecinos, imaginando que verían aquellos que como él, limpiaban ventanas en la Luna.

Cuando entré en la habitación le encontré sentado y sonriendo, y la blanca y alegre luz de la mañana abría un camino luminoso donde las pequeñas motas de polvo viajaban hasta él, como si fuesen las hadas que querían acompañarle a otros mundos a jugar. Aún tenía espuma en la mano, un minúsculo universo de colores centelleaba y sonreí.