miércoles, 13 de febrero de 2008

Dios en el infierno


Con los ojos rojos vacié la mirada en el poso infinito de aquellas palabras. El tacto de aquella pieza de papel era afilado como un cuchillo. El mensaje era un recuerdo feliz torturado hasta la muerte por el egoísmo. La piel se me enfrió hasta convertirme en una estátua de mármol. Sentía cómo sienten los planetas, era consciente del universo y conocía su triste destino. Lágrimas, al fin puras, resbalaban desde aquellos charcos de sangre y alcohol. Conocí el sufrir, el dolor y el sonido del corazón al desgarrarse. Me arranqué el alma y la lancé contra la pared con todas mis fuerzas con un grito de rabia que partió el infinito en dos. Un hombre solo cayó al suelo y durmió.

Amaneció un sol negro que no dañaba la vista sobre un prado incendiado. Árboles despojados de sus hojas, calcinados, todavía en pie, como queriendo mostrar el poder de su dolor y las conseqüencias de éste. Era el paraiso de aquellos que buscan la muerte de su naturaleza y esencia. El prado estaba infestado de señales de STOP y sobre cada una de ellas un cuervo reía apuntando con su pico al negro sol. El sonido de mis pasos era el chasquear de las piñas en el fuego y un vaho azul acompañaba sensualmente mi respiración. Me sentí solo y feliz. Estaba muerto.

Caminé durante horas hasta llegar aun pozo. Las aguas eran negras como el sol y todas las estrellas del universo se habían ahogado en ellas. Todas las estrellas estaban muertas; Ninguna volvería a reírse de mí. Necesitaba encontrar la Luna, descubrir su cadaver, calcinado por las llamas de mi odio. Era todo cuanto ansiaba. ¡Que placer si la encontrase aún viva para poder rematarla! Mi mente se aceleró hasta vaciar cualquier otro pensamiento que no fuese estrangular a la Luna. Recogí una pequeña estrella que parecía respirar en su última agonía; La acuné en mis manos con delicadeza para no matarla antes de obtener respuesta. Con voz firme le pregunté por su madre y descubrí mi nueva voz, una voz con un eco profundo y grave, era una voz fuerte y enérgica. La estrella no ofreció demasiada resistencia al nuevo poder de mi voz. La Luna estaba cerca y aún seguía viva.

La Luna reposaba en suelo, moribunda. Arranque una rama y le prendí fuego con un grito y con ella me dirigí hasta el infame astro mentiroso. -¿Ahora qué hija de puta? - mientras sus ojos se ensombrecían avisándome que no podría disfrutar demasiado tiempo del placer de matarla -¿Qué vas a hacer ahora perra mentirosa? - le grité. La rabia me dominaba y sabía que no tenía demasiado tiempo, la Luna se moría. Alcé la estaca ardiente y se la clavé en el corazón con todas mis fuerzas; Su pecho se elevó unos centímetros del suelo en un espasmo de dolor y soltó un último aliento ahogado que dejó un rastro de vaho azul y seco, como polvo.

Me alejé del lugar, con el cadaver de la Luna en llamas, sonriendo, pues sabía que por fin era el dios de mi propio infierno.

No hay comentarios: