jueves, 10 de enero de 2008

Las Pistolas de Lotte


Ésta tarde he encontrado las pistolas de Wether en el cajón. Aún huelen a pólvora y me deleito con su olor, fuerte, caliente, raspa en la nariz y aún así aquel frío que desmaya me recorre la espalda sumiéndome en un orgasmo de emoción. Ansío tanto que me las entregues, al igual que Lotte se las entregó a Werther. Puedo imaginar la escena, puedo ver como un pequeño temor inunda tus ojos, con aquella sensación de que algo malo va a pasar, caminando lentamente hacia mi intentando sonreír, dudando hasta el momento de entregármelas y ofreciéndomelas con una lágrima dentro del alma. Sabes que voy a morir y aún así no puedes reaccionar. Tú no me quieres.

A diferencia de la novela, yo esperaré a usarlas. Me alejaré hasta el confín del mundo pues no quiero que nadie sepa de mi muerte; No quiero lágrimas vanas. Mi cuerpo está en paz y mi alma atormentada pronto descansará en el infinito amor del Universo. Adiós al amor, adiós al hombre que soy con las pistolas que tú misma me entregarás con la sensación de que algo malo va a pasar.

No quiero imaginar qué pasará contigo pues se que serás feliz sin mi; Sólo pensar en tu desdén e indiferencia hace que quiera adelantar los acontecimientos y arrancarme el corazón del pecho, gritar hasta matar a toda la humanidad de sufrimiento y angustia.

Es tarde, necesito descansar. Pronto vendrás con las pistolas, con una lágrima en el alma, con aquella sensación de que algo malo va a pasar y, aún así, me las entregarás.

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