miércoles, 16 de enero de 2008

Las cartas de los muertos


Era Mayo cuando llegó la carta. La lluvia sacudía los árboles desde hacía ya dos meses enteros. La primavera estaba siendo más dura que el propio invierno y todos parecían haber caído en un estado de pasividad y dormilera perpétua. La llegada de tan malas noticias les despertó, además de la conciencia, todas las reservas de lágrimas de sus ojos.

El tío Barry no escribía muchas cartas gracias a Dios, pues era, además de pariente, el abogado familiar y eso le convertía en la persona encargada de transmitir las defunciones a toda la familia, de Maine a California. No era un tipo alegre y, claro está, después de asumir la responsabilidad de transmitir las malas noticias, a los ojos de los más pequeños, la figura del tío Barry era la de la muerte en persona; La prima Marie una vez, al saber que el tío Barry se encontraba de visita, tuvo un ataque de pánico y se negaba a entrar y aún menos a mirarle a los ojos por creer que le petrificaría el alma. El tío Barry era consciente de éstas actitudes hacia su persona y se lamentaba mucho por ello pero los adultos de la familia eran comprensivos y apreciaban mucho aquella penosa tarea que había asumido.

El tío Barry nos notificaba la muerte de su esposa, la pobre tía Hazel, un sol de mujer que enfermó de pequeña y aún así el tío Barry quiso darle una vida feliz junto a él. El tío Barry seguía el mismo estilo que en todas sus cartas de defunción; Palabras solemnes y respetuosas, cuidadas frases que exponían los hechos con frialdad y distancia y a la vez con tacto y mucho respeto. Pobre tío Barry, había escrito tantas notificaciones de fallecimientos que fue incapaz de cambiar el estilo por su propia esposa, tan arraigado estaba su rol en él.

Nuestra casa era casi una ruina después de tantas lluvias pero nos vimos en la obligación moral de acoger al tío Barry en casa. Recuerdo la mirada asustada de mis hermanos y hermanas menores, la idea de tener al mensajero de la muerte en casa les provocaba un pavor descomunal, Joey, el menor de todos, incluso se orinó al escuchar de mi padre que tío Barry venía a pasar una temporada.

A principios de Junio, a primera hora de la mañana, desayunando huevos revueltos con salchichas y maíz, escuchamos el sonido de un motor que se acercaba a la casa. Padre y Madre nos mandaron arriba a vestirnos con nuestras mejores galas (unos harapos limpios) para recibir al tío Barry y todos nosotros subimos como alma que persigue el demonio, conscientes de la necesidad de dar una buena impresión y de hacer sentir lo mejor posible al pobre y viudo tío Barry. En la habitación Joey medio sollozaba mientras se apuraba a cambiarse de ropa. Me acerqué para explicarle el rol del tío Barry en la familia y apartar aquellas fantasías tan injustas de la cabeza de mi hermano. Yo estaba nervioso también, la presencia del tío Barry me inquietaba, pues la verdad, no sabía nada de él mas que era abogado y comunicaba muertes, y eso para un niño de trece años era demasiada poca información sobre alguien. Bajamos corriendo, peinándonos por el camino y acabando de meternos las camisas por dentro del pantalón. Mis hermanas ya estaban abajo, inquietas, vestidas de domingo como cuando vamos a la iglesia; Parecían muñequitas de porcelana, incluso se habían pellizcado las mejillas para aparentar ser mayores como para poder maquillarse.

De pie en el porche de nuestra casucha veíamos una nube de polvo acercarse acompañada de un ruido de motor destartalado. Recuerdo los nervios en mis pies, bailando un blues movido. Mi hermano tenía los ojos abiertos como platos, como un vigía alerta que a la menor señal de peligro saldrá corriendo dejándonos a los demás a nuestra suerte. Mis padres y hermanas intentaban mantener una postura digna y recta, como si quisieran dar la impresión de una familia pobre pero decente; Mi familia era pobre pero de todo menos decente, aunque eso es otra historia. El ruido del motor era cada vez mayor; Sudábamos como pollos bajo un sol abrasador (¡después de dos meses de lluvia!) y el polvo se nos pegaba al sudor, fijando así una estampa de lo que verdaderamente era nuestra familia, basura blanca del medio oeste americano. La nube de polvo y el ruido del motor pronto llegaron frente a nosotros y tal como llegaron se fueron, sólo era un auto viejo de paso. Nos miramos todos con la misma expresión de "¿eh?" palurda y analfabeta. ¿Tantas prisas para ésto? ¿Qué hacía aquel auto por ahí si nadie había utilizado esa carretera desde hacía años? Salvo Joey, que respiraba tranquilo con satisfacción ya que la muerte no se instalaba en casa, todos nos llevamos una gran decepción; Nos habíamos arreglado, habíamos preparado una habitación para el tío Barry, mis hermanas se habían engalanado y Mamá había matado tres gallinas para preparar su famoso (en casa) pollo sureño con calabaza. Entramos en la casa y no dijimos nada de lo ocurrido durante dos días.

Tres semanas más tarde, un señor llamado Augustus Melhonbradt nos envió una carta. Nosotros ya habíamos perdido todo el interés por las cartas, así que los niños nos quedamos jugando fuera y dejamos su lectura a Papá y a Mamá. Al entrar en busca de un poco de limonada los vimos sentados en la mesa del comedor. Mamá tenía las manos sobre el rostro y Papá intentaba calmarla apoyándole mano en el hombro. Tío Barry nunca llegó a visitarnos porque el mismo día que debía partir hacia de medio oeste decidió en el último instante quitarse la vida de un disparo. El nuevo abogado, así designado según las últimas voluntades del tío Barry, el señor Augustus Melhonbradt, era el conductor de aquel auto viejo que pasó por delante de casa, venía a darnos las malas noticias en persona ya que vivía sólo a 30 kilómetros de allí. Pero al ver a una siniestra familia de haraposos puso la directa y se marchó lo más rápido posible del lugar.

Todos sentimos la muerte de tío Barry, especialmente los mayores como para entender su pesada y dura tarea, todos salvo Joey, que hasta pasados tres años, aún se vanagloriaba de pertenecer a una familia que había esquivado la muerte.

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