domingo, 13 de enero de 2008

El dormir de Edwin


Edwin despertó, otra mañana más, otro despertar, otra vez toca vivir. Que fácil sería irse a dormir y no despertar jamás, pero Dios es cruel y nunca se lo llevaba. Otro día más que hay que vivir. Otro día más sin poder morir.

Por suerte, nadie parecía hacer demasiado caso a Edwin, pasaba desapercibido la mayor parte del día; Alguna conversación vana con sus compañeros de trabajo, el típico interés de sus padres por saber cómo le había ido el día o las conversaciones forzadas que exige un mundo socializado. Interacciones casi inevitables pero no demasiado molestas que interrumpían aquellas conversaciones que mantenía consigo mismo con el corazón demasiado cargado de amor, con el corazón demasiado cargado de odio. Sólo quería morir, destruir, matar por sus ansias de amar, sonreír y ser feliz; Pero debía aparentar normalidad, él sabía que cualquier actitud que se saliese de la línea sólo le iba a proporcionar más conversaciones que él quería evitar, preguntas sobre su estado de ánimo, ofrecimientos de ayuda profesional, reproches de sus compañeros de trabajo y familia, etc. Edwin debía aparentar, incluso de vez en cuando sonreír (aunque todo el mundo pensaba que su sonrisa era siniestra y trágica), incluso sonreír, que contradicción pensaba para sus adentros, eso es precisamente lo que él quería hacer, sonreír, pero con un motivo no por complacer a un mundo odioso y falso que él detestaba.

Una vez en casa, Edwin lloraba, escribía, miraba películas, lloraba y escribía. Imaginaba cuál sería el mejor método para dejar éste mundo, para dejar de sufrir de una vez por todas; Había ideado mil maneras diferentes, incluso la simulación de un accidente, no quería hacer sufrir a los demás por su marcha, ni que el mundo se plantease cuáles eran sus motivos. Una vez todo estaba preparado y las condiciones inmejorables se acobardaba; Sus manos flaqueaban, sus piernas temblaban y su mente le insultaba. Edwin lloraba, escribía, miraba películas, lloraba, escribía y bebía.

Dormir suponía la gran esperanza de Edwin. Deseaba con toda su alma irse en sueños, sin ruido, sin sangre, sin lloros y sin arrepentimientos. Edwin despertaba todas las mañanas esperando la noche en que moriría dormido.

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