martes, 29 de enero de 2008

Niebla y Ceniza


El humo de cigarrillos baratos inundaba la habitación. Aquel cuartucho apestaba a años de encierro y soledad, un hedor similar al de los ancianos sucios. Montañas de libros y papeles, objetos inútiles y piezas de ropa sueltas formaban un laberinto de ideas y recuerdos y un solo zapato parecía llorar la pérdida de su pareja de lo abandonado que estaba. Zumbidos de aparatos electrónicos formaban un enjambre aterrador, uno podía imaginarse un solo enchufe lleno de ladrones y cables pelados chispeantes, a punto de reventar. La niebla del humo que parecía espesarse con la humedad de tantas lágrimas vertidas y viejas y vacías botellas vino y whisky hacía tan densa la atmósfera de aquella habitación que uno apenas podía moverse con la ligereza habitual. Aquel cuarto era ahora las ruinas de la imaginación y creación literaria humana. La única silla, demasiado moderna para la, digamos intencionadamente clásica, decoración bailaba en el único rincón ausente de trastos.

Al observar la escena cualquiera podría darse cuenta que aquello no era el cuarto de un artista sino el infierno de un alma atormentada, la cárcel de unos sentimientos humanos que merecían ser liberados y la hoguera de un corazón maldito. El suelo era ceniza pura de tanto tabaco acumulado y uno esperaría encontrar a aquel hombre petrificado/calcinado como uno más de los habitantes de Pompeya. Sin embargo el hombre, pseudo hombre después de tan trágica vida consagrada a la autodestrucción, se encontraba sentado en el suelo, con la espalda recostada sobre una torre de libros y papeles que parecía intentar con todas sus fuerzas sostener la caída del cuerpo sin vida del que una vez fue hombre. Estaba frío, pesado, parecía la víctima de una avalancha de desdichas; La barba de su cara, reseca como la hierba muerta y la piel parecía descolgarse; Los ojos abiertos denotaban que había sufrido en su muerte probablemente tanto como en vida y miraban asustados al cielo temiendo que nunca hubiese existido un dios; Su mano derecha sujetaba una sucia botella de vino sin etiqueta, había muerto queriendo olvidar lo que aún recordaba y, por lo que quedaba de vino, podemos decir que ni todo el alcohol del mundo fue suficiente. ¿Murió amando u odiando? Por su triste sonrisa diría que igual que vivió, amando.

Miles de folios alborotados cubrían el escritorio y un solo nombre en todos ellos; Escrito a mano, a máquina, con distintas caligrafías, tipografías y hasta cambiando de mano. El nombre divino, el nombre del amor, el nombre de aquellos ojos de mirada intensa que arrastra el alma hasta el infinito más oscuro del deseo y la desesperación, el nombre que acompañaba al humo que salía de su boca con cada calada de cigarrillo, un nombre de dolor. Por aquel nombre sangraron las yemas de sus dedos de tanto escribir, las uñas de tanto arrancarse el sentimiento de culpa que impregnaba su cuerpo y sus encías de tanta rabia que no podía sofocar. Por aquel nombre vivió amando sin dejar que nadie le amase a él. Y ahora todo es niebla y ceniza.

Nadie hizo preguntas, todo se empaquetó, etiquetó, clasificó y perdió en el olvido del almacén de los objetos de los que nunca existieron. El hombre fue examinado, lavado, etiquetado, clasificado, empaquetado y convertido en niebla y ceniza. Su historia, recuerdos e ideas volaron junto a las cenizas que aquellos que no lo conocían o recordaban esparcieron en el mar como era su deseo. El nombre del amor puro y verdadero se perdió para siempre salvo por aquel folio de caligrafía preciosa y fascinante que descansa en el bolsillo interior de mi americana, cerca del corazón. Temo volverme loco, pues siento su fuerza, siento cómo el nombre empuja mi pecho para acelerarme el corazón y cómo éste se forja a hierro candente en mis pensamientos. Siento la "A" que se clava en mi pulmón dejándome sin aliento, la "I" me atraviesa el estómago y dobla mi cuerpo, la "N" me venda los ojos sumiéndome en oscuro cautiverio, la "H" se cuela en mi garganta para ahogar mis gritos de socorro, la "O" como una corona de espinos corta la sangre a mi cerebro mientras que la última "A" me mira con ojos infinitos diciéndome -Tú también eres preso-. Tras ese nombre sólo hay niebla y ceniza.

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