miércoles, 7 de noviembre de 2007

La revolución de los sentidos


Las lágrimas caen, fluyen como pequeños ríos y van a morir a la comisura de los labios; Saboreamos su amargura y la sal que contienen provocan escozor en nuestros heridos labios traicionados. Liberamos parte de nuestro dolor llorando, nuestro sufrimiento escapa lentamente en sollozos ahogados y respiración entrecortada como queriendo conservar aún nuestro dolor y no dejarlo salir todo de golpe; El temblor de las manos como queriendo agarrar algo con todas nuestras fuerzas; Todo nuestro corazón encogido como preparándose para reventarnos el pecho y escapar. Nuestra mente se convierte en un laberinto de pensamientos violentos, acomplejados, impotentes, desesperados y suicidas que no pueden encontrar la salida a través de la razón. Recuerdos pasados, presentes y futuros, caminos alternativos y suposiciones que nos enturbian la mente como voces que nos dicen "Te lo dije, iluso, estúpido", nos menosprecian y amenazan con seguir atormentándonos hasta que nos arranquemos la cabeza.

La mentira y la duda, cogidas de la mano como unas tétricas hermanas gemelas que nos proponen ir a jugar con ellas al más oscuro rincón del bosque, nos seducen con sus tan falsas caricias. La ira, aquella criatura que nos lleva a cometer los más terribles crímenes contra nosotros mismos, se apodera de nuestro cuerpo y mente, nos hierve la sangre y domina la boca conviertiéndonos en una bestia sedienta de venganza que desgarraría a mordiscos todo lo que nos ponga por delante.

Finalmente llega la reina de fiesta, la impotencia, siempre seguida de su amante/consejera, la razón para reprimir la revolución de los sentidos.

Nuestro cuerpo vuelve a estar en orden, volvemos a ser mansos corderos y seguimos caminado hacia nuestro destino, siempre con la fría mano de la muerte en nuestro hombro, pues es ella quien mejor conoce el camino.

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