Con la piel erizada por una melodía, una de aquellas canciones que hasta en el momento más feliz de nuestra vida nos hacen llorar de emoción, siento un abrazo fantasmal; La sensación de que siempre hay alguien conmigo en los momentos que más lo necesito. Notas una suave caricia en la mejilla, un beso frió en la frente o en los labios, una presencia cercana que da calor aún su espeluznante naturaleza.
Hace muchos años creía que la Luna me escuchaba, me entendía y me acompañaba en las frías mañanas de invierno camino al colegio. Únicamente con creerlo ya me sentía acompañado y notaba ese abrazo que ella me enviaba desde el mundo de las estrellas. Era suave y caluroso, tranquilizador como el de una madre, pero tierno como el de una amante. Creo que llegué a enamorarme de la Luna, del ideal que suponía y la falta de alma gemela aquí en la Tierra. Incluso en más de una ocasión había llegado a llorar de lo desesperante que es amar la Luna. Rezaba por convertirme en Noche, dejar de ser un triste chico y ser poeta eternamente. Era adicto al abrazo fantasmal que la Luna me ofrecía en mi soledad.
Hoy ésta sensación me acompaña, mi abrazo frío y cálido, los besos de otro mundo que me dan paz y sosiego y lamen mis lágrimas. Hoy que ya no soy un triste chico sino un triste hombre se con toda seguridad que es la Luna quien me abraza y besa; Hoy que ya he visto súcubos e íncubos, que me han acariciado, besado y he retozado con ellos, soy capaz de entender los abrazos y besos de la Luna. Es ella quien ahora se siente atraída por mi, es ella quien me busca en la noche, mira a la Tierra buscándome, intentando percibir mi olor y rozar mi cuerpo.
La Luna quiere mi sexo y yo aún quiero ser Noche
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